Suena el despertador.
Es hora de levantarse para ir a trabajar. Pero algo las retiene. Y no solo es
la pereza.
Se despiertan de
un modo distinto al que se acostaron, pero las pieles de ambas siguen en
contacto. Ese calor del roce de la una con la otra en comparación con el frío
del final del otoño no ayuda a cumplir con las responsabilidades. Ese olor a sexo que resta en la habitación después de
amarse antes de dormir enciende de nuevo su deseo poniendo más trabas todavía a
esa lucha diaria. Esa tranquilidad que las envuelve al estar juntas sienta
mejor que el no parar característico de vivir y trabajar en una gran ciudad.
Suena el segundo
despertador y saben que cuando eso ocurre ya no hay más remedio que levantarse
y ponerse en marcha. Pero el saber que al finalizar el día, ocurra lo que
ocurra, volverán a estar juntas, les hace separarse en el metro con esa sonrisa
que las acompaña desde que se conocieron.
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