Suena el despertador a las 7 de la mañana. Lo apagas y lo
sigues dejando sobre la mesita de noche mientras te levantas directa al baño.
Sales del baño y enciendes la cafetera de camino a la habitación a vestirte. La
ropa que dejaste anoche preparada esta en el orden en que te la pones, no por
un Trastorno Obsesivo, sino porque sabes que de no ser así, aquel acto tan
sencillo, a esas horas de la mañana, podrían alargarse una eternidad. Te vistes
y sales directa a la cocina a desayunar. Preparas el sándwich de todas las
mañanas mientras el café se hace.
Te sientas en la barra que separa la cocina
del comedor y desayunas. Cuando terminas de desayunar, recoges y lo dejas todo
en el lavavajillas. Vas al baño, te lavas los dientes y sales directa a coger
las cosas, ponerlas en las alforjas de la bici y te vas a trabajar.
Recorres el mismo camino de siempre cruzándote casi la
misma gente de siempre. Sigue habiendo gente que no respeta los carriles bici,
pero a estas alturas, ya te has acostumbrado y sigues adelante sin caer en
discusiones ni intentar hacer entender a nadie, que tú vas por donde debes ir.
Llegas al trabajo, atas la bici en el mismo sitio de
siempre, coges las cosas de las alforjas y, después de poner tu huella dactilar
para que se abra la puerta, entras. Mientras todo el mundo espera a poder subir
al ascensor tú te abres camino entre ellos y subes por las escaleras. Saludas a
la chica de recepción y a toda la gente con la que te cruzas de camino a tu
despacho. Te sientas en la mesa y mientras esperas que se inicie el ordenador,
revisas tu agenda.
Empiezas a hacer mecánicamente todas tus tareas hasta que
llega la hora de la reunión diaria con tu jefa para que apruebe aquellas cosas
que no pueden hacerse sin su autorización, y como siempre que eso ocurre, una
pega tras otra va menguando, más si cabe, tus ganas de seguir con aquel trabajo
que, aunque para ti tenía un objetivo social, para otros, solo tiene un
objetivo económico. Mientras ella se queja como siempre, tú te vas dando cuenta
de que su despacho huele igual que siempre, su mesa esta igual que siempre, sus
bolígrafos están igual que siempre, el escritorio de su ordenador esta igual
que siempre, la decoración de su despacho esta igual que siempre, ese tono
neutro y oscuro que la envuelve desde que te la presentaron hace unos años
cuando la anterior directora dimitió por no aguantar más la hipocresía de la
entidad, está igual que siempre. No has escuchado el final de los argumentos
que te ha dado, pero termina su discurso como tantas otras veces:
-Corrige todo esto y en una hora me lo vuelves a traer.
Sales de su despacho de camino al tuyo. Entras en él y te
das cuenta que tu despacho tiene mucha más luminosidad que el suyo, que tu
fondo de escritorio va cambiando temporalmente, que tú tienes una foto de tu
gente en la mesa, que cambias el incienso de vez en cuando. Te sientas delante
del ordenador para hacer aquello que te acaban de encargar, pero de repente te
das cuenta de que el no querer acaba de ganar a todo aquello que te ha hecho
mantenerte en ese trabajo durante tanto tiempo. Ya no puedes más. Y sin saber
como, abres un documento de Word en blanco y empiezas a redactar tu carta de
dimisión y, aunque el convenio bajo el que te riges exige que lo hagas con 15
días de antelación, pones como último día de trabajo, el mismo momento en que
entregues esa carta. Te levantas del despacho, vuelves al de la directora y te
sientas delante de ella. Nada más leer el documento alza la cabeza y lo primero
que dice es:
-¿Sabes que entregar una carta de dimisión sin un mes de
antelación penaliza económicamente con un mes de suelo?
-No es así. Aunque haga un año que ocupe un nuevo cargo,
todavía no me habéis cambiado la categoría profesional ni aumentado el suelo en
consecuencia, de manera que solo me podéis penalizar con 15 días. Y como
estamos a día 25 del mes, cobraré 10 días del mismo.
-¿Te vas porque todavía no hemos arreglado esta
situación?
-Me voy porque yo entre en esta entidad para trabajar por
aquellos objetivos que describís tanto en la página web como en todas vuestras
memorias, esos objetivos con los que os envolvéis en cualquier acto público al
que asistís. Pero ya llevo demasiado tiempo viendo como lo único que os mueve
es vuestro beneficio económico.
Antes de que responda le pides que te firme la carta con
fecha de hoy y te vas. Sin más. No quieres hablar más con ella. Recoges las
cosas de tu despacho, le dejas las llaves a la chica de recepción ante su
sorpresa por tu repentina marcha y te vas.
Pones tus cosas en las alforjas de la bicicleta, la
desanclas y vuelves a hacer el camino a casa. Esta vez aunque vuelves por el
camino de siempre, no te cruzas con la misma gente de siempre, no te encuentras
el mismo tráfico de siempre y no te parece nada lo mismo. Abres la puerta del
edificio, cruzas el pasillo, saludas al portero de camino a la puerta de tu
piso y entras en él. Dejas la bicicleta, como siempre en la primera de las
habitaciones, la que habilitaste para dejar todas aquellas cosas que tienes para
hacer deporte y sus herramientas correspondientes.
A partir de ese momento, tu casa sigue estando como la
dejaste, como hace una semana, como hace unos meses, pero llegas y levantas las
persianas para que entre la luz del día, y aunque todo esté en su sitio, las
plantas que tienes en el comedor, tienen vida. Tienes algunas de las paredes de
tu casa pintadas de color, no quieres que nada altere tu estado de ánimo pero
sí que tu alma esté siempre despierta.
Sabes que has hecho bien, ese trabajo hacía tiempo que te
consumía por dentro y, aunque no tengas otra fuente de ingresos igual a la que
tenías hasta hace unas horas, cuentas con tus ahorros y algunos proyectos que
ya has iniciado que te darán tranquilidad durante un tiempo que consideras
suficiente como para encontrar otro trabajo que, como mínimo, no sé contradiga
en sus propios principios como lo hacía la empresa de la que acabas de salir.
Te diriges al pequeño estudio que has creado en otra de
las habitaciones del piso en el que vives, en esa en la que tus sueños ya se
han empezado a hacer realidad. No tienes idea de si todas aquellas creaciones
que salen de tus manos, ahora que dispones de tiempo para dedicarte de lleno a
ellas, van a poder hacer que dejes de trabajar para otros con todo lo que ello
conlleva. Pero ese es el mejor momento para dedicarte a ello. Acabas de dejar
tu trabajo, sin más y empieza el momento de sentirte bien con aquello que sale
de ti, únicamente de ti.
Las cosas en tu casa siguen en su sitio, pero tú has
cambiado, y el uso que vas a hacer de ellas va a ser distinto. Tu vida es tuya
y tienes todo el tiempo del mundo para dedicarte a ello. Coges las
herramientas, coges todos los materiales y te dispones a crear. Tienes mucho
que decir en ese momento y tus manos por si solas van a escoger el mejor modo
que conoces de hacerlo.