dimecres, 30 d’octubre del 2013

Tres noches separadas



3 noches separadas. No parece demasiado, y la verdad no tiene porque serlo siempre y cuando el deseo no vaya en aumento desde el mismo momento en que se despiden la una de la otra. 3 días y 3 noches separadas dan para hacer todo aquello que juntas no pueden. 3 días y 3 noches dan para hacerse cargo de todas aquellas responsabilidades que quedan en un segundo plano en el momento en que vuelven a estar la una en frente de la otra. 3 días y 3 noches separadas dan para mucho deseo acumulado que se desata en el momento en que después de reencontrarse por fin tienen un momento de intimidad.



Hay varios rincones en el mundo que han sido cómplices de su deseo, pero el que más, aquella cama. Aquella cama a la que tal cual cruzaron la puerta de casa de Miriam, Julia la dirigió sin miramiento alguno, aquella cama en la que la tumbó sin dejar de besarla, donde le sacó la ropa, donde no le hizo falta sacar las cuerdas porque Miriam entendió con la mirada de Julia que no debía moverse, donde se la comió a besos antes de empaparse la boca con la humedad de su sexo, donde se metió dentro de ella, donde hizo arquear su espalda al hacerla suya, donde se rozó con ella, la tocó y la hizo temblar tanto como quiso.

Miriam quedó abrazada a ella sin poder dejar de estremecerse a cada beso y cada caricia de Julia. Tenía 3 noches y tres días para poder disfrutar de ella y no iba a desperdiciar ninguno de los segundos de los que disponía. Así que ahora a la que le tocaba estarse quieta era a Julia y ambas sabían de la dificultad que esta tiene para ello, así que sin dudarlo un solo segundo Miriam la amarró con aquellas cuerdas que Julia había puesto en la cama para tenerla inmovilizada a su merced. 
 
Recorrió cada centímetro de su piel con sus dedos y su lengua, se enganchó a su piel, se rozó con su sexo, corroboró el nivel de excitación al que llega Julia al entretenerse con ella, la besó y se perdió en la sensibilidad de sus pezones… Hasta que Julia le exigió que la tocara, que se metiera dentro de ella y moviera sus dedos de ese modo que tanto le gustaba. Miriam se perdía viéndola disfrutar, sintiendo como su cuerpo empieza a temblar, sintiendo como Julia le agarraba de la cabeza para que se la comiera.

Alguien escribió: Miedo a salir del verso



Miedo a salir del verso.

Antes siempre decía que vivía o escribía. Cuando vivía no tenía ganas de escribir, cuando escribía, no tenía ganas de vivir.

Ahora escribo lo que vivo, y lo que viven, y lo que imagino que vivo, y lo que imagino que viven, y lo que quieren vivir, y lo que me piden que inmortalice antes de que ocurra, y lo que me ocurre antes de que suceda, si es que llega a suceder, o quizás ya sucedió, y yo no lo sé.
En todo caso, la escritura, igual que la lectura, las he usado para huir del mundo, para refugiarme y esconderme de él; para refugiarme y esconderme de mi; para no afrontar, para ordenar, para poner todo en su sitio, para darle palabras a lo que ha sido y a lo que está siendo; para darle vida en una dimensión desconocida a todo lo que no sabía manejar.

Ahora, en ocasiones no escribo por no dar vida, por negar, por no afrontar. En muchas otras, ideo, ya no con mi propia vida, ni con ninguna otra, o con todas al mismo tiempo. Otras tantas, inmortalizo aquello que ha ocurrido y no quiero que mi pobre memoria olvide, relato situaciones vividas, reviviéndolas y haciéndolas revivir a quien las lea. En otras tantas, se que tú, si tú, me vas a venir a leer y quiero que veas, que aunque otras líneas ocupen estos espacios, hay otros en los que solo tú, si tú, tienes cabida. 



Pero siempre, escribo porque vivo y vivo porque escribo, porque me siento delante de este ordenador y las manos se me van solas, porque hay cosas que necesito escribir, sean verdad o no, sean ilusiones o no, quiera reivindicar o no, o todo al mismo tiempo, o nada de todo esto. Porque escucho una canción, porque leo un poema, porque oigo recitar, porque alguien ha escrito algo, o porque alguien o algo me ha hecho reaccionar y mi cerebro no para hasta que no sale todo por mis manos, aunque a veces no consiga lo que pretendía, cuando la intención era alguna, aunque a veces la intención solo era escribir.

Supongo que todo se podía resumir en que escribo porque lo necesito. Pero necesitaba escribir todo esto. Después de leer: Miedo a salir del verso.

dimarts, 29 d’octubre del 2013

18

Un año y medio ya.
La noche anterior la hicimos nuestra a pesar de acontecimientos extraños ocurridos a nuestro alrededor.
Y el domingo lo pasamos en gran compañía.
Por mucho tiempo más compartiendo toda mi vida a tu lado.
Te amo

dimecres, 23 d’octubre del 2013

Recital de CaEr i ola mañana en La Sue

Todo listo y preparado para el recital de mañana en La Sue BARcelona.



Nuevos poemas de Erika Rubio y nuevos textos de Carola C. Ballesteros.
Y si quereis, ¡¡podreis llevároslos a casa!!
¡¡Hasta mañana!!

dimarts, 8 d’octubre del 2013

Todo cambia aunque las cosas sigan en el mismo lugar.



Suena el despertador a las 7 de la mañana. Lo apagas y lo sigues dejando sobre la mesita de noche mientras te levantas directa al baño. Sales del baño y enciendes la cafetera de camino a la habitación a vestirte. La ropa que dejaste anoche preparada esta en el orden en que te la pones, no por un Trastorno Obsesivo, sino porque sabes que de no ser así, aquel acto tan sencillo, a esas horas de la mañana, podrían alargarse una eternidad. Te vistes y sales directa a la cocina a desayunar. Preparas el sándwich de todas las mañanas mientras el café se hace.

Te sientas en la barra que separa la cocina del comedor y desayunas. Cuando terminas de desayunar, recoges y lo dejas todo en el lavavajillas. Vas al baño, te lavas los dientes y sales directa a coger las cosas, ponerlas en las alforjas de la bici y te vas a trabajar.

Recorres el mismo camino de siempre cruzándote casi la misma gente de siempre. Sigue habiendo gente que no respeta los carriles bici, pero a estas alturas, ya te has acostumbrado y sigues adelante sin caer en discusiones ni intentar hacer entender a nadie, que tú vas por donde debes ir.

Llegas al trabajo, atas la bici en el mismo sitio de siempre, coges las cosas de las alforjas y, después de poner tu huella dactilar para que se abra la puerta, entras. Mientras todo el mundo espera a poder subir al ascensor tú te abres camino entre ellos y subes por las escaleras. Saludas a la chica de recepción y a toda la gente con la que te cruzas de camino a tu despacho. Te sientas en la mesa y mientras esperas que se inicie el ordenador, revisas tu agenda. 

Empiezas a hacer mecánicamente todas tus tareas hasta que llega la hora de la reunión diaria con tu jefa para que apruebe aquellas cosas que no pueden hacerse sin su autorización, y como siempre que eso ocurre, una pega tras otra va menguando, más si cabe, tus ganas de seguir con aquel trabajo que, aunque para ti tenía un objetivo social, para otros, solo tiene un objetivo económico. Mientras ella se queja como siempre, tú te vas dando cuenta de que su despacho huele igual que siempre, su mesa esta igual que siempre, sus bolígrafos están igual que siempre, el escritorio de su ordenador esta igual que siempre, la decoración de su despacho esta igual que siempre, ese tono neutro y oscuro que la envuelve desde que te la presentaron hace unos años cuando la anterior directora dimitió por no aguantar más la hipocresía de la entidad, está igual que siempre. No has escuchado el final de los argumentos que te ha dado, pero termina su discurso como tantas otras veces:

-Corrige todo esto y en una hora me lo vuelves a traer.

Sales de su despacho de camino al tuyo. Entras en él y te das cuenta que tu despacho tiene mucha más luminosidad que el suyo, que tu fondo de escritorio va cambiando temporalmente, que tú tienes una foto de tu gente en la mesa, que cambias el incienso de vez en cuando. Te sientas delante del ordenador para hacer aquello que te acaban de encargar, pero de repente te das cuenta de que el no querer acaba de ganar a todo aquello que te ha hecho mantenerte en ese trabajo durante tanto tiempo. Ya no puedes más. Y sin saber como, abres un documento de Word en blanco y empiezas a redactar tu carta de dimisión y, aunque el convenio bajo el que te riges exige que lo hagas con 15 días de antelación, pones como último día de trabajo, el mismo momento en que entregues esa carta. Te levantas del despacho, vuelves al de la directora y te sientas delante de ella. Nada más leer el documento alza la cabeza y lo primero que dice es:       

-¿Sabes que entregar una carta de dimisión sin un mes de antelación penaliza económicamente con un mes de suelo?
-No es así. Aunque haga un año que ocupe un nuevo cargo, todavía no me habéis cambiado la categoría profesional ni aumentado el suelo en consecuencia, de manera que solo me podéis penalizar con 15 días. Y como estamos a día 25 del mes, cobraré 10 días del mismo.
-¿Te vas porque todavía no hemos arreglado esta situación?
-Me voy porque yo entre en esta entidad para trabajar por aquellos objetivos que describís tanto en la página web como en todas vuestras memorias, esos objetivos con los que os envolvéis en cualquier acto público al que asistís. Pero ya llevo demasiado tiempo viendo como lo único que os mueve es vuestro beneficio económico.

Antes de que responda le pides que te firme la carta con fecha de hoy y te vas. Sin más. No quieres hablar más con ella. Recoges las cosas de tu despacho, le dejas las llaves a la chica de recepción ante su sorpresa por tu repentina marcha y te vas.

Pones tus cosas en las alforjas de la bicicleta, la desanclas y vuelves a hacer el camino a casa. Esta vez aunque vuelves por el camino de siempre, no te cruzas con la misma gente de siempre, no te encuentras el mismo tráfico de siempre y no te parece nada lo mismo. Abres la puerta del edificio, cruzas el pasillo, saludas al portero de camino a la puerta de tu piso y entras en él. Dejas la bicicleta, como siempre en la primera de las habitaciones, la que habilitaste para dejar todas aquellas cosas que tienes para hacer deporte y sus herramientas correspondientes.

A partir de ese momento, tu casa sigue estando como la dejaste, como hace una semana, como hace unos meses, pero llegas y levantas las persianas para que entre la luz del día, y aunque todo esté en su sitio, las plantas que tienes en el comedor, tienen vida. Tienes algunas de las paredes de tu casa pintadas de color, no quieres que nada altere tu estado de ánimo pero sí que tu alma esté siempre despierta.

Sabes que has hecho bien, ese trabajo hacía tiempo que te consumía por dentro y, aunque no tengas otra fuente de ingresos igual a la que tenías hasta hace unas horas, cuentas con tus ahorros y algunos proyectos que ya has iniciado que te darán tranquilidad durante un tiempo que consideras suficiente como para encontrar otro trabajo que, como mínimo, no sé contradiga en sus propios principios como lo hacía la empresa de la que acabas de salir.

Te diriges al pequeño estudio que has creado en otra de las habitaciones del piso en el que vives, en esa en la que tus sueños ya se han empezado a hacer realidad. No tienes idea de si todas aquellas creaciones que salen de tus manos, ahora que dispones de tiempo para dedicarte de lleno a ellas, van a poder hacer que dejes de trabajar para otros con todo lo que ello conlleva. Pero ese es el mejor momento para dedicarte a ello. Acabas de dejar tu trabajo, sin más y empieza el momento de sentirte bien con aquello que sale de ti, únicamente de ti.



Las cosas en tu casa siguen en su sitio, pero tú has cambiado, y el uso que vas a hacer de ellas va a ser distinto. Tu vida es tuya y tienes todo el tiempo del mundo para dedicarte a ello. Coges las herramientas, coges todos los materiales y te dispones a crear. Tienes mucho que decir en ese momento y tus manos por si solas van a escoger el mejor modo que conoces de hacerlo.