dilluns, 29 de desembre del 2014

La portería



Aquella puerta tenía un poder extraño sobre muchas personas. Era raro que cuando alguien la atravesaba por primera vez, no sintiera una extraña sensación de dejar de ser dueño de su propio destino. Si acababas viviendo en aquella comunidad de vecinos, te mimetizabas con aquella sensación y llegabas a reconocerla como la emoción previa a sentirte de nuevo en casa.

Los primeros en llegar habían sido los de la patrulla y el SEM. La patrulla había comunicado el incidente y poco habían tardado en llegar los inspectores. La portera vio el efecto en sus caras cuando entraban por la puerta. Esa sensación, en ellos, no hizo más que agravar la severidad con que iban a tratar a todos los vecinos del edificio, a la espera de respuestas para resolver el caso lo más pronto posible.

-¿Tiene usted algún registro de las entradas y salidas del edificio?- Preguntaron.

El inspector tenía el semblante serio y una ceja arqueada desde el mismo momento en que cruzó la puerta.

-No tenemos ningún registro inspector. Llevo 17 años aquí y en ningún momento he anotado nada de lo que ocurre en el edificio.

La portera no decía toda la verdad pero, si era totalmente cierto, que no había absolutamente nada en aquella portería que dejara constancia de las entradas y salidas de la gente en aquel edificio.

Dolores llevaba la portería desde que su madre falleció 17 años atrás. Aquello había sido toda su vida. Sin saber nunca con certeza quien era su padre, las circunstancias que la habían llevado a vivir en aquel edificio y a trabajar en aquella portería, la había hecho sospechar que su nacimiento no fue más que el fruto de un escarceo amoroso entre su madre y algún vecino padre de familia.

Aunque no tenía claro el porque, siempre sospechó quien podía ser su padre, y en consecuencia, sus hermanos. Y más todavía, desde que su madre murió. Aquel hombre del principal, el padre de los pequeños David y Norma, 10 y 6 años menores que ella, acudió a ella en representación de toda la comunidad de vecinos:

-Cuando tu madre empezó a trabajar aquí le ofrecí todo mi apoyo para lo que necesitara. Somos una comunidad de vecinos discreta y tranquila. No pedimos más que la correspondencia organizada, la portería limpia y discreción. 

Dolores no entendió en ningún momento a que venía aquella charla de modo que continuó haciendo lo mismo que hacía su madre. Hasta aquel entonces había ido al colegio todas las mañanas y por las tardes se quedaba en la portería con ella. Sus vidas parecían enterradas por el mimetismo de aquel edificio y Dolores solo tenía un aliciente, y era el poder de su imaginación.

Al tener que dejar la escuela, su imaginación despuntó, y aunque no tomaba registro alguno de los acontecimientos de la comunidad de vecinos, si inventaba una nueva vida para sus protagonistas. Enrique, del ático había decidido salir del armario; Helena, del 3º 4 ª después de muchos desengaños, consiguió una beca para su investigación y Mario, del principal, se había quedado calvo.

Pero muy a su pesar, tuvo que dejar de hacerlo en el momento en que aquellos inspectores entraron en el edificio. Ella no había tenido nada que ver en la muerte de sus dos hermanos, pero parecía que como mínimo la hubiera ideado. Había escrito, semanas antes, cada uno de los acontecimientos que se habían sucedido en las últimas horas.

Se acercaba el momento de cerrar la portería. Los inspectores dejaban de hacer preguntas y los policías recogían todas las pruebas que habían encontrado y el material utilizado. Dolores entró en su casa con la tranquilidad de que no la habían registrado y, en consecuencia, no habían encontrado su libreta. Aquella libreta siempre iba con ella, de la portería a su casa, de su casa a la portería. Cuando se ausentaba del edificio, la dejaba siempre en el cajón de la mesita de noche, como si de un libro sagrado se tratara. Así que disponía de toda la noche para hacerla desaparecer, hasta que volvieran a la mañana siguiente. 

Muy a la sorpresa de cualquiera de nosotros, Dolores no estaba desconcertada de que aquellos acontecimientos que había escrito, hubieran cobrado vida. Sino que, la extraña magia de aquel lugar hacía que nada fuera extremadamente asombroso para sus habitantes.

La portería en la que vivía era pequeña, pero en el salón estaba lo mejor de la casa, la chimenea. Todavía no hacía mucho frío, pero no había duda de que arder en ella, era el mejor de los finales para su libreta. Se sentó en el sofá a observar cómo dejaba en manos del destino el final de aquella historia. 

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No tenía claro si el hecho de prenderle fuego a la libreta, significaba que lo que aún no había sucedido pero si estaba escrito acabaría ocurriendo o, si a partir de aquel momento, cambiaba el narrador.

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