Sin pensarlo a penas, lo hizo.
Era viernes, eran las 15:00h y
salía por la puerta del trabajo. Y lo único que le apetecía era desaparecer del mundo, desconectar de esa
inercia en la que todos vivían, y aunque la posibilidad de hacerlo eternamente
no era viable, sí había algo en sus manos.
Llegó a casa, abrió una de las
bolsas de mano y metió todo aquello que necesitaban. Volvió al coche y sin más
se plantó en la puerta del trabajo de Helena. Cuando esta salió, no le
sorprendió ni encontrarla allí, ni enterarse del plan del fin de semana.
Había muchas cosas que las
agradaban de vivir en una gran ciudad, pero había muchas otras que en ocasiones
las sobrepasaban, y cuando estas cogían fuerzas, ellas tiraban de esa vía de
escape de la que, por suerte, podían disponer.
Cogieron la autopista sin tener
muy claro donde pararían. No hablaban, compartían el silencio, ni siquiera
necesitaban, ni siquiera querían escuchar música, aunque ambas fueran unas
apasionadas de ella.
Hora y media después de salir
cogieron un desvío de la autopista y después de carreteras secundarias y algún camino
de arena, llegaron a un pueblo pequeño. Pararon el coche, fueron al único bar
que había en la única plaza de aquel pueblo y le preguntaron al hombre que lo
regentaba si conocía algún lugar cercano donde pode rencontrar alojamiento para
aquel fin de semana, mientras se tomaban un vino de la casa delicioso. Por el
camino campos llenos de viñedos las habían acompañado, así que aquella elección
fue fácil de tomar.
Cerca de aquel pueblo, lo más
cercano para alojarse estaba a 30 minutos. El hombre incluso llamó a la casa
rural y confirmó que había habitación para ellas.
-¿Nos puede vender una botella de
este vino?
Después de agradecerle la
hospitalidad, se fueron. Tal y como habían quedado, tenían habitación ya lista
para ellas en el mismo momento en el que llegaron. Pagaron el fin de semana
entero, le pidieron dos copas de vino a la mujer que las atendió y se
despidieron hasta la hora de la cena.
Subieron a la habitación, dejaron
la bolsa al lado del armario y se fueron directas a abrir las ventanas para
disfrutar del aire fresco de las montañas. En frente suyo solo había viñedos a
un lado y al otro bosque, el sonido de los animales de la casa y un sol
resplandeciente antes de esconderse detrás de aquellos árboles. Ya solo estaban
ellas y la paz de aquel momento.
Salieron a la terraza, se
sentaron en las sillas con la botella de vino respirando y las copas esperando
ser llenadas.
Todo a su tiempo. Sin prisas. Sin
ruidos.