dilluns, 29 de desembre del 2014

Viaje en Navidad



Antonio bajó el volumen del televisor en el momento en que vio el precio que tenía que pagar por el billete de avión que necesitaba para viajar a casa de sus padres en Navidad. De entrada ya sabía que nunca le saldría tan barato como los años anteriores, cuando reservaba con mucha antelación. Pero este último año había tenido muchos problemas económicos y, a 6 de diciembre, los precios ya se le salían de presupuesto. Y aun podía dar gracias que a pesar de su obesidad, había escogido una compañía aérea que no ponía problemas por ello.

Estaba sentado en el sofá con el ordenador sobre las piernas. Lo dejó a un lado para poder incorporarse. Llevaba un par de horas sentado enfrente de la tele, que aunque no veía, tenerla encendida le hacía sentirse más acompañado. Cogió aire antes de empezar a levantarse, con los problemas que tenía para mover todos aquellos kilos de más que lo llevaban a sufrir obesidad, tenía que esforzarse en demasía. 

Una vez en pie, se dirigió a la habitación para buscar su boina de la suerte. Cuando la tuvo puesta se acercó a su bastonero y se volvió a decidir por el bastón de roble. Desde hacía algún tiempo tenía a sus otros 6 bastones abandonados. Por último recogió las llaves y la cartera del mueble de la entrada y se dispuso a salir. Tenía el casino a poco más de 30 metros de casa así que no le supondría un esfuerzo excesivo, pero aunque lo tuviera más lejos seguiría en su empeño. Aquel era el único modo que conocía de volver un año más a aparecer delante de su familia con una falsa sonrisa que les hiciera creer que continuaba siendo igual de inteligente y seguía teniendo ideas brillantes como cuando era niño.

Sus padres nunca apoyarían la verdad porque no entenderían que, en el fondo, él se ganara la vida tal como ellos esperaban, utilizando todo su ingenio para multiplicar su dinero exponencialmente. Era verdad que por aquel entonces la suerte se había alejado de él y había perdido su pequeña gran fortuna y que con el inicio de aquella inesperada pequeña crisis había cogido mucho más peso del que tenía. Y era por aquel motivo que se dirigía al casino de nuevo. Esta era la mejor ocasión para demostrarles, como un hombre, puede salir de un bache afrontando los problemas de cara, con valentía y ganando el reto.


Saludó a David, que le abrió la puerta con la misma amabilidad de siempre, dándole la bienvenida al casino un día más. Se fue directo a la ruleta rusa. Tenía en mente el número desde el mismo momento en que apagó la televisión estando aun sentado en el sofá. Aquel 00 negro lo perseguía des de entonces y salió de su boca en el mismo momento en que llegó a la mesa de la ruleta. La suerte estaba echada, ya solo faltaba averiguar si había vuelto a acompañarla o todavía no.

© Carola C. Ballesteros

A ella no le gusta que lo haga



A veces pienso que tengo que hacer algo para no tomarme la medicación, a ella no le gusta, y siempre que me la tomo se va.

La soledad es muy mala ¿sabéis? Y no hablo de esos momentos que una busca para estar tranquila, haciendo lo que le plazca, conectando con esa parte interior que rodeada de gente en ocasiones nos aparece distorsionada. Hablo de sentirte sola de verdad, con todas las letras y en mayúsculas.

A mí antes no me pasaba esto. Yo tenía una vida normal, bueno quizás no pensareis que era una vida normal, pero fue la mejor vida que había logrado alcanzar nunca. Había conseguido tener por fin una pareja que me quería del mismo modo que yo la quería a ella y ninguna de las dos estaba por encima de la otra en nuestra relación. Ambas manteníamos el negocio a medias, lo teníamos todo controlado, no se nos escapaba ni un detalle. Y aunque pasáramos días separadas para que los planes salieran como queríamos, las dos volvíamos a sentir mariposas en el estómago en cada reencuentro.

Un día tuvimos que decidir si seguir adelante o quedarnos donde estábamos. Sabíamos el riesgo que corríamos si nos lanzábamos al gran mercado y aunque nunca fue nuestro objetivo, teníamos que reconocer que nos habíamos enganchado a las emociones fuertes, y si algo nos daba el narcotráfico, era descargas de adrenalina constantes. 

Hasta que un día todo se fue a la mierda. Al hacernos grandes corríamos mayores riesgos y lo sabíamos, y un día alguien nos falló. Y lo hizo cogiéndonos totalmente desprevenidas. ¿Quién iba a pensar que iban intentar matarnos en medio de la calle? Pues lo hicieron, le pegaron un tiro en medio del pecho y calló sin vida al suelo. Marco se quedó con ella mientras esperaba que vinieran a recogernos y yo, que vi perfectamente quien disparó, salí corriendo detrás de él. No recuerdo la escena con grandes detalles de lo que nos rodeaba, pero si le recuerdo a él corriendo, mirando hacia atrás de vez en cuando y disparando su arma sin acertar a darme. Recuerdo como salté sobre él cuando vi que lograba alcanzarlo y como lo maté a golpes. Primero le estampé la cabeza contra el asfalto y luego empecé a darle puñetazos en la cara. Le rompí la nariz, le rompí los pómulos, le partí los labios, le saltaron los dientes. Su cara estaba totalmente ensangrentada cuando me agarraron por detrás y me levantaron.

Había querido arrebatarme lo único que le había dado sentido a mi vida y yo le arrebaté la suya. 

http://images.lainformacion.com/cms/como-tomar-la-medicacion-y-contraindicaciones-principales-dudas-de-los-pacientes-que-inician-una-quimioterapia-oral/2014_9_29_tS1bBUmkIVw7VG3QrYgdU3.jpg?width=642&height=482&type=height&id=sviwdEv24e0LqJh3k8lVy3&time=1411996979&project=lainformacion

Desde entonces vivo en el pabellón de psiquiatría de esta prisión. Donde el psiquiatra quiere atiborrarme de pastillas cada vez que le hablo de ella y yo hago lo posible por evitar tomarme esas pastillas delante de las enfermeras porque sé que a ella no le gusta que lo haga, porque cuando me las tomo no viene a verme.

La portería



Aquella puerta tenía un poder extraño sobre muchas personas. Era raro que cuando alguien la atravesaba por primera vez, no sintiera una extraña sensación de dejar de ser dueño de su propio destino. Si acababas viviendo en aquella comunidad de vecinos, te mimetizabas con aquella sensación y llegabas a reconocerla como la emoción previa a sentirte de nuevo en casa.

Los primeros en llegar habían sido los de la patrulla y el SEM. La patrulla había comunicado el incidente y poco habían tardado en llegar los inspectores. La portera vio el efecto en sus caras cuando entraban por la puerta. Esa sensación, en ellos, no hizo más que agravar la severidad con que iban a tratar a todos los vecinos del edificio, a la espera de respuestas para resolver el caso lo más pronto posible.

-¿Tiene usted algún registro de las entradas y salidas del edificio?- Preguntaron.

El inspector tenía el semblante serio y una ceja arqueada desde el mismo momento en que cruzó la puerta.

-No tenemos ningún registro inspector. Llevo 17 años aquí y en ningún momento he anotado nada de lo que ocurre en el edificio.

La portera no decía toda la verdad pero, si era totalmente cierto, que no había absolutamente nada en aquella portería que dejara constancia de las entradas y salidas de la gente en aquel edificio.

Dolores llevaba la portería desde que su madre falleció 17 años atrás. Aquello había sido toda su vida. Sin saber nunca con certeza quien era su padre, las circunstancias que la habían llevado a vivir en aquel edificio y a trabajar en aquella portería, la había hecho sospechar que su nacimiento no fue más que el fruto de un escarceo amoroso entre su madre y algún vecino padre de familia.

Aunque no tenía claro el porque, siempre sospechó quien podía ser su padre, y en consecuencia, sus hermanos. Y más todavía, desde que su madre murió. Aquel hombre del principal, el padre de los pequeños David y Norma, 10 y 6 años menores que ella, acudió a ella en representación de toda la comunidad de vecinos:

-Cuando tu madre empezó a trabajar aquí le ofrecí todo mi apoyo para lo que necesitara. Somos una comunidad de vecinos discreta y tranquila. No pedimos más que la correspondencia organizada, la portería limpia y discreción. 

Dolores no entendió en ningún momento a que venía aquella charla de modo que continuó haciendo lo mismo que hacía su madre. Hasta aquel entonces había ido al colegio todas las mañanas y por las tardes se quedaba en la portería con ella. Sus vidas parecían enterradas por el mimetismo de aquel edificio y Dolores solo tenía un aliciente, y era el poder de su imaginación.

Al tener que dejar la escuela, su imaginación despuntó, y aunque no tomaba registro alguno de los acontecimientos de la comunidad de vecinos, si inventaba una nueva vida para sus protagonistas. Enrique, del ático había decidido salir del armario; Helena, del 3º 4 ª después de muchos desengaños, consiguió una beca para su investigación y Mario, del principal, se había quedado calvo.

Pero muy a su pesar, tuvo que dejar de hacerlo en el momento en que aquellos inspectores entraron en el edificio. Ella no había tenido nada que ver en la muerte de sus dos hermanos, pero parecía que como mínimo la hubiera ideado. Había escrito, semanas antes, cada uno de los acontecimientos que se habían sucedido en las últimas horas.

Se acercaba el momento de cerrar la portería. Los inspectores dejaban de hacer preguntas y los policías recogían todas las pruebas que habían encontrado y el material utilizado. Dolores entró en su casa con la tranquilidad de que no la habían registrado y, en consecuencia, no habían encontrado su libreta. Aquella libreta siempre iba con ella, de la portería a su casa, de su casa a la portería. Cuando se ausentaba del edificio, la dejaba siempre en el cajón de la mesita de noche, como si de un libro sagrado se tratara. Así que disponía de toda la noche para hacerla desaparecer, hasta que volvieran a la mañana siguiente. 

Muy a la sorpresa de cualquiera de nosotros, Dolores no estaba desconcertada de que aquellos acontecimientos que había escrito, hubieran cobrado vida. Sino que, la extraña magia de aquel lugar hacía que nada fuera extremadamente asombroso para sus habitantes.

La portería en la que vivía era pequeña, pero en el salón estaba lo mejor de la casa, la chimenea. Todavía no hacía mucho frío, pero no había duda de que arder en ella, era el mejor de los finales para su libreta. Se sentó en el sofá a observar cómo dejaba en manos del destino el final de aquella historia. 

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No tenía claro si el hecho de prenderle fuego a la libreta, significaba que lo que aún no había sucedido pero si estaba escrito acabaría ocurriendo o, si a partir de aquel momento, cambiaba el narrador.

dilluns, 8 de desembre del 2014

Viaje a Madrid ya está listo

¡Ya lo tengo en mis manos!
Si queréis uno poneros en contacto conmigo.
¡En breve planearemos el modo de presentarlo!