Antonio bajó el volumen del televisor en el momento en que vio el precio
que tenía que pagar por el billete de avión que necesitaba para viajar a casa
de sus padres en Navidad. De entrada ya sabía que nunca le saldría tan barato
como los años anteriores, cuando reservaba con mucha antelación. Pero este
último año había tenido muchos problemas económicos y, a 6 de diciembre, los
precios ya se le salían de presupuesto. Y aun podía dar gracias que a pesar de
su obesidad, había escogido una compañía aérea que no ponía problemas por ello.
Estaba sentado en el sofá con el ordenador sobre las piernas. Lo dejó a un
lado para poder incorporarse. Llevaba un par de horas sentado enfrente de la
tele, que aunque no veía, tenerla encendida le hacía sentirse más acompañado. Cogió
aire antes de empezar a levantarse, con los problemas que tenía para mover
todos aquellos kilos de más que lo llevaban a sufrir obesidad, tenía que
esforzarse en demasía.
Una vez en pie, se dirigió a la habitación para buscar su boina de la
suerte. Cuando la tuvo puesta se acercó a su bastonero y se volvió a decidir
por el bastón de roble. Desde hacía algún tiempo tenía a sus otros 6 bastones
abandonados. Por último recogió las llaves y la cartera del mueble de la
entrada y se dispuso a salir. Tenía el casino a poco más de 30 metros de casa
así que no le supondría un esfuerzo excesivo, pero aunque lo tuviera más lejos
seguiría en su empeño. Aquel era el único modo que conocía de volver un año más
a aparecer delante de su familia con una falsa sonrisa que les hiciera creer
que continuaba siendo igual de inteligente y seguía teniendo ideas brillantes
como cuando era niño.
Sus padres nunca apoyarían la verdad porque no entenderían que, en el
fondo, él se ganara la vida tal como ellos esperaban, utilizando todo su
ingenio para multiplicar su dinero exponencialmente. Era verdad que por aquel entonces
la suerte se había alejado de él y había perdido su pequeña gran fortuna y que
con el inicio de aquella inesperada pequeña crisis había cogido mucho más peso
del que tenía. Y era por aquel motivo que se dirigía al casino de nuevo. Esta
era la mejor ocasión para demostrarles, como un hombre, puede salir de un bache
afrontando los problemas de cara, con valentía y ganando el reto.
Saludó a David, que le abrió la puerta con la misma amabilidad de siempre,
dándole la bienvenida al casino un día más. Se fue directo a la ruleta rusa.
Tenía en mente el número desde el mismo momento en que apagó la televisión
estando aun sentado en el sofá. Aquel 00 negro lo perseguía des de entonces y salió
de su boca en el mismo momento en que llegó a la mesa de la ruleta. La suerte
estaba echada, ya solo faltaba averiguar si había vuelto a acompañarla o
todavía no.
© Carola C. Ballesteros
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