A veces pienso que tengo que hacer algo para no tomarme la medicación, a
ella no le gusta, y siempre que me la tomo se va.
La soledad es muy mala ¿sabéis? Y no hablo de esos momentos que una busca
para estar tranquila, haciendo lo que le plazca, conectando con esa parte
interior que rodeada de gente en ocasiones nos aparece distorsionada. Hablo de
sentirte sola de verdad, con todas las letras y en mayúsculas.
A mí antes no me pasaba esto. Yo tenía una vida normal, bueno quizás no
pensareis que era una vida normal, pero fue la mejor vida que había logrado
alcanzar nunca. Había conseguido tener por fin una pareja que me quería del
mismo modo que yo la quería a ella y ninguna de las dos estaba por encima de la
otra en nuestra relación. Ambas manteníamos el negocio a medias, lo teníamos
todo controlado, no se nos escapaba ni un detalle. Y aunque pasáramos días
separadas para que los planes salieran como queríamos, las dos volvíamos a
sentir mariposas en el estómago en cada reencuentro.
Un día tuvimos que decidir si seguir adelante o quedarnos donde estábamos.
Sabíamos el riesgo que corríamos si nos lanzábamos al gran mercado y aunque
nunca fue nuestro objetivo, teníamos que reconocer que nos habíamos enganchado
a las emociones fuertes, y si algo nos daba el narcotráfico, era descargas de
adrenalina constantes.
Hasta que un día todo se fue a la mierda. Al hacernos grandes corríamos mayores
riesgos y lo sabíamos, y un día alguien nos falló. Y lo hizo cogiéndonos
totalmente desprevenidas. ¿Quién iba a pensar que iban intentar matarnos en
medio de la calle? Pues lo hicieron, le pegaron un tiro en medio del pecho y
calló sin vida al suelo. Marco se quedó con ella mientras esperaba que vinieran
a recogernos y yo, que vi perfectamente quien disparó, salí corriendo detrás de
él. No recuerdo la escena con grandes detalles de lo que nos rodeaba, pero si
le recuerdo a él corriendo, mirando hacia atrás de vez en cuando y disparando
su arma sin acertar a darme. Recuerdo como salté sobre él cuando vi que lograba
alcanzarlo y como lo maté a golpes. Primero le estampé la cabeza contra el
asfalto y luego empecé a darle puñetazos en la cara. Le rompí la nariz, le
rompí los pómulos, le partí los labios, le saltaron los dientes. Su cara estaba
totalmente ensangrentada cuando me agarraron por detrás y me levantaron.
Había querido arrebatarme lo único que le había dado sentido a mi vida y yo
le arrebaté la suya.
Desde entonces vivo en el pabellón de psiquiatría de esta prisión. Donde el
psiquiatra quiere atiborrarme de pastillas cada vez que le hablo de ella y yo
hago lo posible por evitar tomarme esas pastillas delante de las enfermeras
porque sé que a ella no le gusta que lo haga, porque cuando me las tomo no
viene a verme.
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