Aquella puerta tenía un poder extraño sobre muchas personas. Era raro que
cuando alguien la atravesaba por primera vez, no sintiera una extraña sensación
de dejar de ser dueño de su propio destino. Si acababas viviendo en aquella
comunidad de vecinos, te mimetizabas con aquella sensación y llegabas a
reconocerla como la emoción previa a sentirte de nuevo en casa.
Los primeros en llegar habían sido los de la patrulla y el SEM. La patrulla
había comunicado el incidente y poco habían tardado en llegar los inspectores. La
portera vio el efecto en sus caras cuando entraban por la puerta. Esa sensación,
en ellos, no hizo más que agravar la severidad con que iban a tratar a todos
los vecinos del edificio, a la espera de respuestas para resolver el caso lo
más pronto posible.
-¿Tiene usted algún registro de las entradas y salidas del edificio?-
Preguntaron.
El inspector tenía el semblante serio y una ceja arqueada desde el mismo
momento en que cruzó la puerta.
-No tenemos ningún registro inspector. Llevo 17 años aquí y en ningún
momento he anotado nada de lo que ocurre en el edificio.
La portera no decía toda la verdad pero, si era totalmente cierto, que no
había absolutamente nada en aquella portería que dejara constancia de las
entradas y salidas de la gente en aquel edificio.
Dolores llevaba la portería desde que su madre falleció 17 años atrás.
Aquello había sido toda su vida. Sin saber nunca con certeza quien era su
padre, las circunstancias que la habían llevado a vivir en aquel edificio y a
trabajar en aquella portería, la había hecho sospechar que su nacimiento no fue
más que el fruto de un escarceo amoroso entre su madre y algún vecino padre de
familia.
Aunque no tenía claro el porque, siempre sospechó quien podía ser su padre,
y en consecuencia, sus hermanos. Y más todavía, desde que su madre murió. Aquel
hombre del principal, el padre de los pequeños David y Norma, 10 y 6 años menores
que ella, acudió a ella en representación de toda la comunidad de vecinos:
-Cuando tu madre empezó a trabajar aquí le ofrecí todo mi apoyo para lo que
necesitara. Somos una comunidad de vecinos discreta y tranquila. No pedimos más
que la correspondencia organizada, la portería limpia y discreción.
Dolores no entendió en ningún momento a que venía aquella charla de modo
que continuó haciendo lo mismo que hacía su madre. Hasta aquel entonces había
ido al colegio todas las mañanas y por las tardes se quedaba en la portería con
ella. Sus vidas parecían enterradas por el mimetismo de aquel edificio y
Dolores solo tenía un aliciente, y era el poder de su imaginación.
Al tener que dejar la escuela, su imaginación despuntó, y aunque no tomaba
registro alguno de los acontecimientos de la comunidad de vecinos, si inventaba
una nueva vida para sus protagonistas. Enrique, del ático había decidido salir
del armario; Helena, del 3º 4 ª después de muchos desengaños, consiguió una
beca para su investigación y Mario, del principal, se había quedado calvo.
Pero muy a su pesar, tuvo que dejar de hacerlo en el momento en que
aquellos inspectores entraron en el edificio. Ella no había tenido nada que ver
en la muerte de sus dos hermanos, pero parecía que como mínimo la hubiera
ideado. Había escrito, semanas antes, cada uno de los acontecimientos que se
habían sucedido en las últimas horas.
Se acercaba el momento de cerrar la portería. Los inspectores dejaban de
hacer preguntas y los policías recogían todas las pruebas que habían encontrado
y el material utilizado. Dolores entró en su casa con la tranquilidad de que no
la habían registrado y, en consecuencia, no habían encontrado su libreta. Aquella
libreta siempre iba con ella, de la portería a su casa, de su casa a la
portería. Cuando se ausentaba del edificio, la dejaba siempre en el cajón de la
mesita de noche, como si de un libro sagrado se tratara. Así que disponía de
toda la noche para hacerla desaparecer, hasta que volvieran a la mañana
siguiente.
Muy a la sorpresa de cualquiera de nosotros, Dolores no estaba desconcertada
de que aquellos acontecimientos que había escrito, hubieran cobrado vida. Sino
que, la extraña magia de aquel lugar hacía que nada fuera extremadamente asombroso
para sus habitantes.
La portería en la que vivía era pequeña, pero en el salón estaba lo mejor de
la casa, la chimenea. Todavía no hacía mucho frío, pero no había duda de que
arder en ella, era el mejor de los finales para su libreta. Se sentó en el sofá
a observar cómo dejaba en manos del destino el final de aquella historia.
No tenía claro si el hecho de prenderle fuego a la libreta, significaba que
lo que aún no había sucedido pero si estaba escrito acabaría ocurriendo o, si a
partir de aquel momento, cambiaba el narrador.
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