Era su primera vez, en sus casi 35 años nunca había estado con otra mujer y le temía a aquel momento. Pero el deseo, las ganas y la complicidad con ella eran más fuertes que su miedo. Se lo dijeron y quiso creerlo, y efectivamente llegó el momento.
No era la primera vez que se veían y sus bocas ya habían jugado a conocerse. Había sentido las manos de ella acariciándole la piel y sus caricias se le antojaban demasiado apetecibles como para que se quedaran ahí. Ella, más temerosa, también había empezado a reconocer las curvas de aquella mujer y aunque el deseo le crecía por dentro al hacerlo, se mantenía cautelosa ante la incertidumbre a no saber como manejarse.
Pero llegó el día en que la invitó directamente a su casa. Lo deseaba, aquellas manos la hacían estremecerse, aquellos besos la hacían no querer separarse de sus labios, aquella mirada la hacía sentirse deseada, su cautela la hacía tener la confianza de poder parar cuando sintiera que lo necesitaba, su paciencia le daba la confianza para seguir el ritmo en el que encontrarse cómoda. Pero quería que aquello ocurriera, así que aceptó la invitación de buen grato.
La velada transcurrió entre risas, conversaciones, caricias, miradas y besos. Hasta que las manos empezaron a tomar protagonismo cuando buscaban la una la piel de la otra, cuando la ropa empezó a sobrar ante la subida de la temperatura corporal de ambas y el deseo de cubrir esa piel de besos. Se deshicieron de la ropa de camino a la cama. Había visto el cuerpo desnudo de una mujer en infinidad de ocasiones pero nunca encendido de deseo hacía de ella. Se habìa desnudado anteriormente frente a otra persona para disfrutar del sexo pero nunca ante una mujer. Aquella situación era totalmente nueva para ella y no sabía como debía obrar, pero las palabras de ella la tranquilizaron:
-Déjate llevar. Y no te preocupes, si quieres parar, solo tienes que decírmelo.
A pesar de sus temores no quería parar. Quería hacer y dejarse hacer. Quería disfrutar de aquellas manos y aquellos labios recorriendo su cuerpo. Quería dibujar la anatomía de aquella mujer con sus manos y humedecer cada rincón de aquel cuerpo con su lengua. Y así ocurrió. Sin presiones, sin prisas, sin objetivos que cumplir, ni metas a las que llegar. Se dejaron sentir y ambas se descubrieron por primera vez. Una con la experiéncia de años viviendo su homosexualidad con total naturalidad. La otra descubriendo por primera vez el cuerpo, el deseo y el sexo con una mujer.
Le dijeron un día que en el momento en que se encontrara a gusto con otra mujer a pesar de sus miedos no tendría porque temer. Y así fue.
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