Llevo media vida escribiendo, bueno, creo que ya puedo decir que algo más
de media vida. En alguna ocasión en la última década había pensado en la
posibilidad de compartir aquellos pequeños textos leyéndolos delante de quien
quisiera escucharlos. Me daba la sensación que si la gente los leía no
llegarían del mismo modo que si lo hacía yo.
Nunca termino un relato sin leérmelo en voz alta y poner los signos de
puntuación ahí donde quiero ponerlos para resaltar lo que considero que debe
ser resaltado, poniendo tensión en aquello que creo que la merece, leyendo
lentamente aquello que debe ser pausado y debe entrar en el oído de quien lo
esté escuchado poco a poco para que nada pasa desapercibido.
A veces creo que la intención es lograr que la interpretación que cada uno
saque de lo que escribo se aproxime lo máximo posible a aquello que quiero
contar, pero luego pienso en que cuando escribo no lo hago por compartir, sino
por una extraña sensación de sacar de dentro algo que me tensa las manos delante
de un folio en blanco o un teclado de ordenador.
Así que todavía no tengo muy claro porque una vez quise empezar a recitar,
como tampoco tengo claro porque, teniendo en cuenta los nervios que paso y que en
ocasiones pienso: “¿Qué tendré yo que contarles a esta gente que les resulte de
interés?” Entiendo que la gente que me conoce, mis amigos, mi familia, mi
pareja, … Les guste leerme y vengan a escucharme, pero ¿los demás?
Sea como sea, desde la primera vez que lo hice, con aquella pequeña encerrona
que me montaron, le cogí el gustillo a esto y quiero volver a hacerlo. Y en eso
estamos…
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