Era tarde, aquel día salía tarde de trabajar y no esperaba encontrarla
despierta. En todo el trayecto de vuelta a casa esperaba el momento de llegar,
quitarse la ropa del trabajo, ducharse y meterse en la cama junto a su mujer y
sentir como su piel caliente la invadía por dentro y hacía el efecto de somnífero
que siempre tenía en ella.
Eran cerca de las 2 de la madrugada cuando entraba por la puerta del piso y
para su sorpresa la lámpara que tienen al lado del sofá está encendida. Aroa la
está esperando con un par de mojitos de fresa recién hechos listo para tomar.
Como todos los domingos a esa hora, el cansancio hacía meya en ella, pero si
había algo que le daba fuerzas para aprovechar esas últimas de la semana de algún
modo que no fuera descansando, eran esos pequeños detalles que de vez en cuando
le tenía preparados.

Se sentó en el sofá derrotada pero dispuesta a saborear aquel mojito que
tantos recuerdos le traía. Cuando se conocieron estuvieron un tiempo saliendo
con unas amigas a un sitio donde la camarera hacían los mejores mojitos de
fresa que nunca habían probado, y aunque tardaran en iniciar la relación que
hoy las unía, aquellos inicios de su amistad hubo momentos que estuvieron
bañados de sensaciones que se salían de los roles establecidos para un tipo de
relación como aquella.
Puede que ninguna de las dos le diera más importancia en aquel momento, o
que lo hicieran ambas pensando que la otra no lo hacía, o que las confundiera aquellas
sensaciones que las embriagaban y quisieran dejarlo de lado mientras no
pudieran identificarlo. Puede que ocurrieran muchas cosas que al pasar por si solas
no les dieron importancia hasta aquel momento, meses más adelante, en que la
pasión llevo a Miriam a dejar de lado la mente y hacer lo que el cuerpo le
pedía.
Y aquel domingo, sin motivo aparente, que es como mejor saben las cosas,
Aroa le puso en bandeja lo necesario para revivir aquello que ocurrió, ya sin
nada que identificar….
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