Salgo de casa directa a su encuentro. Hace mucho que espero este momento y
aunque seguramente no sea el más adecuado para mantener esa conversación que
tenemos pendiente, sé que si lo dejo escapar, cabe la posibilidad de que no se
repita.
Salgo a la calle y los 37ºC y la humedad del 78% me da un golpe en toda la
cara. Otro aviso de que puede que hoy no sea el mejor día para hablar. Un calor
sofocante puede alterar nuestros sentidos.
Acabo de salir de la ducha, y mientras espero en el andén a que llegue el metro que me llevará a su casa, a su casa,… siento como
todos los poros de la piel se me abren dejando la puerta abierta a una
transpiración que amenaza con pegarme la ropa al cuerpo. Subo las escaleras del
metro recordando todas esas premisas que llevo preparando desde días después de
salir de su casa por última vez. Aquel día en que Marta me dejó, tan fríamente
que no solo me heló las manos y la cara, sino también la sangre que recorría
mis venas.
Recordando aquel frío vuelve a mí la asfixiante realidad, el calor vuelve a
golpearme y no deja de hacerlo cuando llego a su casa. Está sola, pero Helena,
su compañera de piso, puede llegar en cualquier momento; de modo que usando una
ensayada falsa naturalidad, me dirige a su habitación mientras va a la cocina a
por agua.
El calor se ha intensificado en el mismo momento en el que he entrado en su
casa, y más ahora que está sentada frente a mí en su cama… su cama… Aunque la
ventana está abierta no hay apenas corriente. De un modo totalmente natural, mi
cuerpo se ha levantado a encender el ventilador y al volver a sentarme frente a
ella la veo, con esa media sonrisa satisfecha, quizás por no encontrarme tan
crispada como esperaba, lo que me pone de nuevo los pies en el suelo.
-He venido porque me has prometido respuestas – le digo. – Dudo mucho que
vaya a encontrarlas, pero mi motivo para estar aquí no es más que ese.
-Hace un calor insoportable. Quizás hubiéramos tenido que vernos más tarde
o en otro lugar.
Quizás no, seguro – Pienso, pero no digo. Ambas sabemos perfectamente
porque me ha citado allí, pero si no hubiera aceptado de vernos en su casa, presiento
que nuestro encuentro se hubiera cancelado para siempre sin recibir nunca esas
respuestas que dice que me debe ahora que yo ya he dejado de pedírselas.
-Da lo mismo. Hace mucho calor en todas partes hoy.
Marta se me antoja dubitativa. Se recoge el pelo, parece nerviosa. Intuyo
como una gota de sudor le baja por el cuello, tiene la piel brillante de la
inevitable sudoración del momento. Lleva unos pantalones muy cortos y una
camiseta sin mangas con un gran escote, indumentaria perfecta para la temperatura
de su casa. Ahora empiezo a darme cuenta de que debería haber declinado su
invitación. Esa gota de sudor me ha hecho recordar cuando mis manos se
deslizaban por su espalda, cuando dibujaba el mapa de sus pecas…

-Anna, no sé cómo empezar… -Suerte que ha interrumpido mis pensamientos…
-Siempre se te ha dado muy bien la verborrea y ya sabes que tengo buena
capacidad de síntesis –Le digo eso, con el tono más serio y estéril que me nace
de dentro, mientras cojo la jarra de agua y me sirvo. Siento la boca seca.
Marta empieza a hablarme de cómo estaba ella antes de empezar aquello que
fuese que tuvimos, de que yo ya sabía que el equilibrio emocional no era
precisamente su mayor virtud. Habla de lo que ocurrió entre nosotras como un
paréntesis en el infierno que estaba viviendo.
-Cuando estaba contigo podía sentir de nuevo, dejaba de estar apagada por
dentro, volvía a experimentar emociones positivas y una pasión que creía enterrada…
Ahora que empieza a nombrar todo aquello que dice que le resurgió al estar
conmigo, la mente se me vuelve a ir a aquellos instantes en que lo nuestro
parecía realmente una historia de amor de película. El bochorno del ambiente ya
no sé si es culpa de la ola de calor que está dejándonos atrás o del ardor que nace
del interior de mi cuerpo al recordar las conversaciones que manteníamos, casi
todas abrazadas la una a la otra, después de hacer el amor, el 90% de las veces
en esta misma cama…
-Marta, recuerdo esas conversaciones. Creía que venía a que me contaras
algo que no sé.
Empiezo a sentir que mi enfado no es hacia ella, sino hacia mí. Por saber
que ese no era el mejor escenario para aquella conversación y por haberlo
aceptado igualmente. Pero ¿Por qué lo he hecho? ¿Por esa conversación o por
aprovechar una oportunidad que sé que no se repetirá?
El calor parece seguir en aumento. Ya me he bebido tres vasos de agua. El
nerviosismo de Marta se me antoja entre desesperante y conciliador. Su
verborrea salta de la pasión que compartimos al clímax de la misma. Su discurso
me hace volver a ese preciso instante. Marta tenía la piel brillante por el
sudor provocado durante aquellas 3 horas de sexo desenfrenado. Tenía la piel tan
brillante como ahora. Sus ojos se clavaban en mí, encendidos en una pasión que
la desbordaba y que me llevaba a agarrarle las manos pidiéndole que frenara, aunque
solo fuera para dejarme respirar. Y cuando caí rendida, me dejó sin más, y
cuando digo sin más, es literal.
Ahora me mira para evitarme después, sus ojos se fijan en los míos para
bajar a mirar mis labios mientras se humedece los suyos. Siento la sequedad de
su boca desde el otro lado de la cama. Se calla, bebe agua y me mira habiendo
perdido el hilo de su propio discurso.
-Marta, ¿por qué has querido que viniera?
Me mira perpleja. Mientras espero su respuesta le
lleno el vaso que sostienen todavía sus manos, para luego quitárselo y beberme
yo el agua. Nunca le he exigido nada, no lo estoy haciendo ahora
tampoco. Siempre la dejé llevar el ritmo de nuestra relación. Creo que más por
el puro egoísmo de saber que era el único modo de poder disfrutarla a mi lado
el máximo tiempo posible, que por cualquier otro motivo.
-Porque creo que te debo una explicación.
Ella sabe perfectamente que no me la está dando. Sabe que está mareando la
perdiz. Sabe que hablar sobre una cama en la que hemos estado más horas
follando que durmiendo solo puede llevar a confusión. Sabe que meter nuestros cuerpos
entre un calor ambiental abrasador y unos recuerdos demasiado húmedos es
suficiente para lograr llevar nuestra conversación por unos derroteros que ya
no son necesarios.
Por algún motivo que no sé Marta vuelve a sentir, vuelve a tener emociones
removidas, vuelve a tener ganas de sexo. Todo ello mezclado con un calor que convierte
el ambiente en impenetrable la llevan a recordar todo el sexo vivido en aquella
habitación y, sencillamente, se acuerda de mí. Y por ello me ha llamado.
Ya no necesito esas explicaciones y si he aceptado su invitación es
precisamente para complacerme con lo que ella busca. Y aquí estoy yo, dispuesta
a darle lo que quiere una vez más, dispuesta a hacerlo del modo que quiere una
vez más, pero solo una vez más.
Lo que ninguna de las dos sabemos, es que cando salga de esa habitación
ambas seremos las únicas personas en la ciudad que no necesitaremos de aire
acondicionado para sentir un ambiente tan frío como capaz de quebrar la piel de
nuestras manos.
© Carola C. Ballesteros
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